Pérdidas y más pérdidas ¿qué hice para merecerlas y qué puedo hacer para
pararlas? He aquí la respuesta: nada. Como creyente y seguidora del
destino, aunque nunca completamente segura, creo que todo sucede por
algo. A fin de cuentas, siempre después de ese 'algo' malo vendrá un
excelente, que se tornará malo comparado con todos los excelentes que se
vienen. Una frase que como optimista cegada siempre tengo en mente es
"Todo terminará bien, si algo está mal, no ha terminado". Y creo que así
es, sean pérdidas inexplicables, peleas o engaños, lo que sea, todo
pasa por algo.
Creo que la mayoría de las veces sucede porque
la vida, al igual que todos nosotros, es demasiado cruel. ¿Dramático?
¿Exagerado? Quizás, pero sí, a mí la vida me parece cruel, a la vez muy
dulce, pero cruel; digamos que es un equilibrio perfecto entre dulzura y
crueldad, porque sin duda, hasta el mejor bien es malo en exceso. Y
creo también, que eso es lo que la vida nos trata de enseñar golpe tras
golpe, existirán mejores maneras, las cuales ni tú, ni yo, ni la vida
conocemos. Algo que quizás suene exagerado; como para varios todo este
texto, es que sin lo malo no reconoceríamos nunca lo bueno.
Cuando sufres cosas realmente malas, te das cuenta de lo mágicas e
importantes que pueden ser cosas que siempre te habían parecido
insignificantes, notas como la compañía de alguien que parecía ser
irrelevante o pasajera te es demasiado necesaria. Y cuando dejas de
tener la posibilidad de hacer esas cosas, te das cuenta como
desaprovechabas todo sin saber lo valioso que puede ser un momento, una
palabra o un pensamiento, lo valioso que puede ser para alguien que le
digas que lo quieres y lo horrible que puede ser para alguien tu
silencio.
Aprendes además, lo importantes que son las palabras,
lo importante que es decir todo lo que sientes cada vez que puedes,
porque no hay peor sentimiento que el quedarte con las palabras y los
pensamientos dentro por no saber aprovechar el tiempo, comienzas a notar
lo importante que es no guardar las cosas para después ni dejarlas
pasar, porque por más doloroso que suene, puede que no exista un
después.
Aprendes a razonar más lo que dices, a controlar tus
actos, a darle valor sólo a las situaciones y personas que lo merecen.
Por miedo e inseguridad, comienzas a protegerte más a ti mismo, empiezas
a tenerle temor y cuidado a cosas que no le tenías, lo cual parece malo
pero en realidad te hace una persona mucho menos vulnerable, mucho más
fuerte y más capacitada.
Cuando se trata de relaciones
interpersonales, empiezas a tener mucho más cuidado a la hora de elegir,
decir y confiar. Te das cuenta que el que menos crees puede ser el que
más te hiera, muchas veces empiezas a desconfiar de personas que nunca
te harían daño. Logras reconocer quien es quien contigo, te das cuenta
de quienes estan allí cuando quieren y quienes han estado ahí todas las
veces que han podido y ha sido necesario, notas como el que menos creías
puede ser el que a la hora de un percance, sea el que más te ayude.
Algo que he aprendido, y creo que está entre lo más importante, es que
debemos dejar de llorar por cosas irrelevantes, dejar de sentir rabia
por cosas que no lo valen, en fin, aprender a controlar tus emociones,
que según mi muy personal opinión, es lo que demuestra la inteligencia
real de una persona. Los sentimientos y las emociones son algo que muy
pocos logran controlar, y el que lo aprende a hacer y lo logra, sin duda
es digno de admirar.
Quizás los esté colmando de clichés y
frases que parecen ser muy pobres, pero quizás si analizas, te das
cuenta de lo grande que te puedes tornar por un supuesto error o mal
rato de la vida. Analiza todo lo malo y date cuenta de cómo oculta mil y
un cosas buenas sin que lo notes, anímate a no sólo curarte de la
herida, sino de lograr cicatrizarla con inteligencia, para así poder
recordarla sin dolor.